jueves, 31 de diciembre de 2015

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No quiero volver a cerrar mis ojos, no quiero volver a confiar. El miedo a un fantasma que tenía a los cuatro años ahora se volvió un enorme monstruo de ansiedad. Cada día siento en mi interior como mis tormentas desgarran cada pedazo de mis órganos. Llamo a mi fiel compañera de mil miedos; mi dulce ansiedad.
Estoy doliendo por cada vez que escurrieron mis lágrimas. Si te estoy lastimando, si pronuncio filosas palabras para herirte, si te estoy jodiendo, ¡entiende que es mi amiga!

Hay veces que me gana, existen veces que no sé cómo enfrentarla. Simplemente las ganas se agotan, mis debilidades me tuercen y me abrazan. Suena demasiado sencillo salir a despejar mi mente, conocer gente nueva, visitar viejos amigos... Pero quiero decirte que lo intento, lo he intentado muchas veces, joder, y nada resulta.

Si intento no respirar es para evitar que el estrés me sofoque. Es delirante sentir tantas preocupaciones apretando mi cerebro. Gritar, llorar y observar, es el ciclo del peor disfraz al que caigo. Y caer, caer, caer, es lo mejor que sale de la acidez de mi ser. Ya no quiero saber nada de mi dulce amiga, ni de los papeles que  toma al transformarse en una depresión efímera o en un coraje tumultuoso.





Te dejo inconclusa una parte de lo que siento al lado de mi amiga, te dejo saber que hay días en los que ya no puedo, y hoy es un día de esos.

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