De nuevo aquí, extrañando lo anterior a mí. Sigue y sigue avanzando
monstruosamente el segundero. La gotera del lavamanos hace más grande su
sonido, su eco, tratando de avisar que rápidamente todo se esfuma.
¿Cómo puede ser? Sigo añorando mis años inocentes, las largas risas
en un hogar, el caluroso afecto que se siente al expresar un “te
quiero”, uno sincero, de esos que sólo son pocos a lo largo de la vida,
que no se deben de desperdiciar con palabras secas, sino devolver todo
el cariño que esta palabra encierra.
Pero como buen ser humano, algún día llegas a la punta de la montaña y
allí te quedas. Sin hacer nada. Sólo pensando, pensando en cómo pudiste
dejar que los buenos y más mejores momentos se te escaparan así de
rápido.
Cuando cerraste los ojos se construyó la pesadilla, y, ahora, al
tenerlos abiertos la vives con amargura y dolor, como un letargo mortal.
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